jueves, 4 de febrero de 2010

Ana Mendieta

earth art



"Mi arte es la forma en que restablezco los lazos que me unen al universo. Es un regreso a la fuente materna. Me convierto en una extensión de la naturaleza y la naturaleza en una extensión de mi propio cuerpo. Este acto obsesivo de reafirmar mis lazos con la tierra es en realidad una reactivación de creencias primigenias, una fuerza femenina omnipresente, la imagen posterior de estar encerrada en el útero, es una manifestación de mi sed de ser"
Ana Mendieta (1948—1985)



La naturaleza, la sangre y el sexo fueron las tres obsesiones de la artista cubana Ana Mendieta hasta su muerte.




Así la definió, de «gran desconocida», la comisaria de la exposición, Gloria Moure, que fue incluso más allá al decir que la figura de Ana Mendieta es todavía «un punto oscuro en la historia del arte». Y lo es no sólo por el escaso análisis e investigación que ha suscitado su trabajo, sino también por su propia vida y por su muerte. Su arte es duro, salpicado de apuntes necrófilos si no se mira con profundidad. Gloria Moure destacó en la presentación de la retrospectiva el carácter fetichista del arte de la cubana, y su intento de recrear «la poética antigua con reclamos nuevos», hermanando inquietudes primitivamente animistas con formas de expresión actuales, incluso violentamente rompedoras.
Decía la propia Ana Mendieta que su obsesión por la tierra tiene que ver con su desapego apátrida de exiliada (sale de Cuba a los Estados Unidos en su adolescencia). También de su origen caribeño puede provenir ese sentido profundo del paisaje como jeroglífico donde buscar los trazos intuitivos en los que a la tierra se le ocurre concebir al hombre: Mendieta busca manchas de apariencia humana en la naturaleza, y cuando no las encuentra las perfila ella misma y las fotografía. En uno de sus vídeos, la artista cubana juega a desenterrarse literalmente de un prado en principio nada sospechoso de contenerla. En una de las diapositivas presentes en la exposición, su cuerpo desnudo se adivina en una fosa cubierto de flores blancas.
Hay mucho sexo en la obra de la cubana, sexo desarraigado del varón, en un regreso feroz a la identificación mujer/naturaleza de las culturas primitivas. Las hojas que descuelga Mendieta de los árboles son sexos de mujer, y las matas de hierba que emergen ovoidales de un riachuelo poco profundo son vello púbico. Todo eso lo busca y lo fotografía, lo reúne para hacer su colección de sexos, el catálogo vaginal del mundo, el bestiario matricial que contesta a la pregunta original: de dónde venimos.
En su arte más tardío Ana Mendieta descubre la sangre, lo cruento aplicado al yo, y fotografía su propia cabeza ensangrentada, su cuerpo desnudo y bañado en rojo sobre el mármol de una cocina. Un exégeta obvio escribiría que en estas «performances» la artista intuía su propia y violenta muerte, ocurrida en circunstancias aún no aclaradas a mediados de los años 80. Críticos más sagaces han encontrado en estas formas de expresión una consecuencia natural de su trayectoria precedente. De la mujer/naturaleza ha pasado Mendieta a la mujer/sangre, donde la naturaleza menstrúa y concibe, donde la sangre fluye a veces hacia la muerte y a veces hacia la vida.


Extracto de Aníbal Malvar sobre la exposición Naturaleza, sangre y sexo

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