sábado, 28 de febrero de 2009

Kandinsky el color y el ritmo de la abstracción



En 1910 Kandinsky realiza su primera acuarela abstracta, con esta obra se inicia la historia de la pintura no figurativa. Pero su trayectoria anterior ya mostraba un gran interés por el estado más puro del color; experimentando con la manera de concederle una existencia propia, independiente de la forma. Su búsqueda, a partir de esta época se centró en transmitir al espectador un enfoque espiritual del arte, en lo que denominó “principio de la necesidad interior”.
En el breve e intenso período que va de 1910 a 1914, se desarrollaron importantísimas propuestas artísticas, que llevaron hasta sus últimas consecuencias los planteamientos realizados por las primeras vanguardias como el fauvismo o el cubismo, culminando en una abstracción sin referentes formales.

Esta etapa fue de vital importancia para Kandinsky, que comenzó a vincular la pintura con la música, estableciendo relaciones entre sonido y color. Su amistad con Schönberg, creador de la música dodecafónica, sistema atonal en que se emplean indistintamente los doce intervalos cromáticos en que se divide la escala, sin duda tuvo mucho que ver en sus reflexiones sobre la relación de ambas artes. No es casual que sea en estos años cuando surge la abstracción en la pintura y la introducción del principio de disonancia en la música, dos de los grandes hitos artísticos del siglo XX.



Kandinsky fue también un teórico del arte, y expresó sus planteamientos conceptuales y filosóficos sobre la creación artística en diferentes obras, como el libro De lo espiritual en el arte, escrito en 1910 y publicado en 1911, en el que reflexiona sobre su plástica, argumentando que un cuadro no necesita hacer referencia a objetos externos, sino sugerir emociones y sentimientos a través del impacto directo del color y de las formas, trabajándolos como si fueran una música visual.
Esa concepción da como resultado una serie de pinturas en las que, la interrelación de los colores se hace sobre la base de la idea de ritmo, con lo que logra una abstracción parecida a la de la música. El mejor exponente es su Composición VII, de la que pueden verse varios estudios preparatorios en esta muestra, ya que para su ejecución, el pintor realizó centenares de dibujos, acuarelas, grabados y estudios al óleo. Esta obra, que resume en sí misma los principios de la abstracción, nos muestra un conjunto de líneas, formas y colores dispuestas geométricamente en el espacio, formando una composición de elementos que invitan a ver en ellos multitud de significados y que mueve al espectador a la contemplación activa.

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